No hace mucho tiempo fuimos testigos a través de las noticias de la televisión, de cómo una estrella del cine norteamericano, incentivaba a los jóvenes soldados de su patria – algunos recién salidos de la adolescencia – e instalados temporalmente en Irak, afirmando que ellos eran los verdaderos “ Exterminadores del futuro”, en alusión a un film interpretado por aquel actor.
Sucede- bajo nuestro entender espirita- que la afirmación del astro del cine, denuncia sin querer el resultado que ha tenido la acción belicosa en todos los tiempos: La muerte, la destrucción del futuro; comprendiendo aquí, asesinato de vidas humanas, sueños, proyectos alentados por esas mismas vidas que pasarían a ser sembradores en el campo de la acción humana, a partir de conquistas intelectuales y emocionales, que podrían generar un mañana más feliz para todos nosotros, sin tanto dolor.
El cuadro de violencia de la sociedad moderna resulta alarmante. La vemos a diario en las más variadas formas de maldad, y a cada instante, siendo importantes los números de muertes trágicas, desastres ocasionados por nuestro descuido, que vienen pintando un panorama horrible, resultado de las actitudes del homo sapiens.
Donde campea la guerra se notan sus marcas, que señalan a la criatura humana, dispersando familias, quemando valores y pasando por encima de los tratados humanistas, que deberían proteger el derecho de vivir dignamente, y generando terror por la notoria fragilidad del ser humano ante las bombas y los atentados.
Esas formas atroces de violencia, vienen históricamente alejando a las naciones con menor poderío bélico, de los medios que consiguieron para su autonomía en su espacio geográfico, alienando multitudes bajo un mismo perfil de identidad, a través de la invasión cultural que promueven las naciones más ricas y guerreras, para con las sumisas, imponiéndoles bajo pretextos falsos, una deshumana mendicidad material e intelectual, a fin de torcer, a través de la fuerza, la cerviz del oponente.
Al otro lado de los pugilatos entre pueblos, otros grupos con atrasos medievales nos hacen asistir estupefactos a las acciones terroristas de individuos dominados por conciencias fanáticas- de los dos planos de la vida- que juran poder honrar a su dios y a sus intereses inconfesables, mediante atentados catastróficos ( bajo un punto de vista material y psicológico), emulando una ola de desesperanza, no solamente entre aquellos que tienen sus seres queridos arrebatados por la muerte inesperada, sino también los que se ven afectados emocionalmente por la inseguridad a que están expuestos.
Este mosaico de violencia ocasionado por las guerras, nos llama a una reflexión inspirada en la lógica del Espiritismo, por su lúcida orientación sobre los problemas de esta índole.
Allan Kardec, cuestionó oportunamente a los Espíritus Superiores , respecto de los motivos y las causas que llevan al hombre a la guerra, y ellos se expresaron apuntando la fuente de origen de tanta violencia, como lo es la predominancia de la naturaleza animal sobre la naturaleza espiritual y el desbordamiento de las pasiones.
Así, la Doctrina Espírita nos trae la aclaración de nuestras conjeturas, porque nos da la llave para la comprensión de las actitudes guerreras que tiene emprendidas la humanidad. La guerra tiene su raíz en el estado evolutivo de los hombres de nuestra Casa Planetaria, en donde nos permitimos la predominancia de tal animalidad ancestral, desenvuelta en experiencias evolutivas diversas, pero de la misma forma, posible de ser transformada en la medida en que , en el reino hominal, el espíritu deje paso al despertar de los divinos valores esculpidos en su conciencia, y comience su conquista mediante su libre arbitrio.
Nos cabe, entonces, la siguiente comprensión: Cuanta mayor baza demos a la animalidad que todavía habita en nosotros y que precisa de ser moldeada o transformada, más manifestaremos comportamientos violentos en el aspecto individual, que se configuran en una dimensión más amplia, en el campo social, con los conflictos entre los pueblos, en donde a fuerza de imponer con el poder a quien se quiera dominar. A través de la violencia, negamos cualquier apertura al diálogo democrático, a la relación humanizada de la comprensión mutua que, un día, invariablemente, culminará con la fraternidad y con el amor recíproco entre los individuos.
Siguiendo en esta línea de raciocinio, comprendemos que sin la renovación interior, experimentada en un cambio, en una acción reflexiva verdaderamente transformadora,
generadora de otra u otras acciones en el mismo sentido del cambio, no adelantaremos, hasta que el hermano dolor, nos apunte otros rumbos en el círculo sucesivo de desengaños y complicaciones junto a la Ley de Causa y Efecto.
Por este motivo, se hace urgente en la actualidad, ante tantos conflictos bélicos, que cooperemos con la paz a través de los medios que estén a nuestro alcance. Es preciso que hagamos algo ahora y en las circunstancias en que vivimos, porque la paz “ no cae del cielo” , no nos la van a regalar los ángeles, porque es el resultado de nuestras propias acciones en el mundo.
Podemos comenzar a hacer algo por la paz, no oyendo la lengua felina agredir nuestros oídos, continuando con nuestros quehaceres sin contestar a la provocación. Al presentársenos la posibilidad de silenciar cuando alguien se quiere valer de nuestra sensibilidad para hacer comentarios inadecuados de los demás, actuemos, ayudando a cultivar la paz mediante la oración interna que altera el ambiente íntimo de todos nosotros, para a continuación cambiar el tema de conversación.
En el caso de que alguna vez, alguien próximo a nosotros viniese a alterar nuestro ánimo, vociferando, pidamos auxilio a lo Alto para no corresponder, y sigamos serenos, teniendo el cuidado de quien quiere apagar un incendio sin herirse.
En nuestras luchas terrenas, cuando la vida nos exige cautela, recordemos esto y hagamos un momento de reflexión por la paz, antes de reaccionar, poniendo nuestra parte como cristianos equilibrados y pacificadores, porque cuando cada uno de nosotros sabe hacer buen uso de la palabra, de las actitudes y de la energía mental, es entonces cuando estamos auxiliando a Jesús en la bienaventurada tarea de hacer reinar la paz entre los hombres.
En el día en que la Paz sea reflejo de nuestra acción, la guerra se retirará de la Tierra, porque no encontrará ya más sitio en el corazón humano, y entonces será el momento en que los hombres comprenderán la justicia y practicarán la ley de Dios. En esa época de la nueva era, ya no seremos exterminadores, sino hermanos unos de otros.